Los casos de lesionados previo a una Copa del Mundo son cada vez más sonados y muy inapropiados. La gravedad ha sido el tema. Lo que sí se ha incrementado, y mucho, es la frecuencia, derivada de situaciones propias del futbol.
El deportista de alto rendimiento -y específicamente, el futbolista- está siendo exprimido a su máxima capacidad. Los niveles de competencia contra los días de
descanso son disparejos. El futbolista promedio en Europa quizá no cargue con estos pesares, pero el futbolista elite, sí.
Dije Europa, pues ahora el dato esta concentrado en esas latitudes; por supuesto que en América o Asia habrá casos aislados. En nuestro país, sólo uno. Argentinos, chilenos, uruguayos, brasileños y de otras nacionalidades que van al Mundial y que han perdido jugadores en los últimos días on casos cuyas estrellas militan en el Viejo Continente.
No quiero en esta ocasión analizar los conceptos de entrenamiento y las cargas físicas a las que están sometidos estos jugadores, lo que me importa ahora es la inminente necesidad de estar presente, aun con el riesgo que implica, jugar lesionado.
La vorágine comercial y la alta competencia por los puestos hacen que un deportista elite pierda la cordura y la objetividad de su salud y su futuro. La idea de estar siempre presente orilla a muchos deportistas a tomar decisiones equivocadas o forzadas.
El dinero, poderoso caballero, mantiene en continua exigencia a los implicados. Pongamos un caso muy común: un jugador joven, que viene destacando en sus primeros años y que por obligación tiene una "zanahoria" al frente, llamada "contrato por firmar".
Subió de Fuerzas Básicas, logró la titularidad y ahora tiene la oportunidad de emigrar al mejor futbol del mundo. Le lloverán ofertas, le saldrán amistades hasta por debajo de las piedras, visualizará un futuro que nunca estuvo cerca y muchas cosas más a su alcance.
Resulta que ya emigró, que ya consiguió un contrato y que en el último partido sufrió una contractura o un golpe muy fuerte. Primero que nada, va con sus acercados y les pide consejo. Ellos le dirán lo siguiente: no vayas a dejar de jugar. Haz lo que tengas que hacer, pero no dejes de jugar en este momento.
Lo anterior, a sabiendas que detrás hay tres o más jóvenes esperando por su puesto. Ellos darán hasta la vida por jugar y no se tocarán el corazón por lograrlo. El muchacho decide jugar con una infiltración. Consiguió el gol y estará presente en los periódicos al día siguiente. Felicidades.
Lo que nunca vio -o no le dijeron, o lo dejó de lado- es que su cuerpo tiene memoria. Su cuerpo tiene un límite de exigencia, de carga y de capacidad.
Cuando el cuerpo del atleta decide parar por sí solo, el jugador entra en caos. El entrenador, el directivo, el promotor y la propia familia le pedirán hacer lo que sea con tal de no dejar ese espacio que su talento consiguió.
Al cuerpo le importa un cuerno, éste para y se acabó el show. Los deportistas están siendo exigidos más allá de lo debido, son tratados como una máquina productora de espectáculo y de dinero. No hay cabida para la lógica, la prudencia o la honestidad. Los aficionados y directivos se cortan las venas por temas como dopaje o tecnología de ayuda al deportista. No nos hagamos tarugos, nosotros mismos exigimos espectáculo y no queremos saber nada más.
Un jugador puede sopesar la situación, pero pocos tomarán la decisión de cuidarse, aun conscientes de las consecuencias.
No hablo de jugadores de 30 años o más, con ellos las cosas cambian y son más graves. Ellos ven terminada su carrera y el fin de sus profesiones. Ellos harán lo que sea por estar, hasta donde se pueda, en la foto. Llegaran hasta a embarrarse placenta de lo que quieras o mandes.
Así es nuestro futbol actual y no me gusta nada.
diego.silva@mural.com