Hay goles que hacen época y se guardan en la memoria para toda la vida.
El de Roberto Carlos en tiro libre ante Francia en el mundialito del 97 describiendo una parábola irrepetible como si el balón fuera operado a control remoto. El de volea marcado por Zinedine Zidane en la Final de la Champions contra Leverkusen en 2002 o el de Gareth Bale ayer frente al Barcelona para ganar la Copa del
Rey.
El del galés, portento de potencia y habilidad -atributos tan difíciles de combinar en un jugador de tal carrocería- terminó dándole el título al Real Madrid y un signo de interrogación de este tamaño al futuro del Barcelona.
El fichaje de Bale fue cuestionado con toda razón. En este mundo cruel no puede haber un contrato que cueste alrededor de 100 millones de euros. O por lo menos que lo valga. Pero ahora, colocar el nombre del madridista en cualquier buscador de Internet nos devuelve referencias que se alejan a esas críticas: sólo se habla de su gol histórico. Quien es capaz de inclinar la balanza en un duelo de tal magnitud global, es merecedor de cifras insospechadas porque con ello ayuda a recuperar la inversión. Imposible saber cuantas camisetas se venderán en los próximos días con su nombre y número en el dorso.
La competencia es tan dura, que aquello de "el ganador se lleva todo" no es sólo una canción del grupo Abba: es el reflejo de la naturaleza de las victorias importantes.
Neymar, hoy en el banquillo de los acusados al lado de Messi, pudo convertirse en héroe momentáneo si su disparo al 90' entra al arco de Iker Casillas en lugar de pegar en el poste. Mandaba al alargue.
El punto es que el Barcelona, aparentemente contagiado con una serie de enfermedades directivas que aquejan su sede, llega a la final de la Copa perdiéndola por un gol, así como queda eliminado de la Champions también por margen de un tanto frente a otro español, el Atlético de Madrid.
La Liga, en la que parecía revivir con el triunfo a domicilio sobre el propio Madrid, se le va de las manos por un tropezón infame en Granada, que es el único de otro nivel que le ha ganado últimamente. Pero las tres derrotas consecutivas lo pueden dejar con las manos vacías por primera vez en mucho tiempo.
Equipos de tal calidad tienen prohibido parpadear porque tienen adversarios de parecido calibre. La distancia tan corta entre ganar y perder hace que los calificativos sean magnificados al propio tamaño de los clubes involucrados.
Hoy ríen el Madrid y Bale. Iker, en una revancha incomparable, levanta la copa y abraza al Rey. Todo Barcelona vive bajo sospecha.
Así es el futbol. Dos centímetros hacen la gran diferencia aunque sea por un rato.
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