Destinos opuestos

Francisco Javier González
en CANCHA


José Luis Real volteó a su banca y encontró un kinder. De todos sus jugadores suplentes sólo tenía a uno con experiencia: Omar Esparza, con 26 años. La de los demás oscilaba entre los 18 y 21 años. Y entre todos, no alcanzan a reunir un pequeño puñado de partidos en Primera División.

Real volteó a las porterías y vio en una a Moisés Muñoz. Experimentado, eficaz y seleccionado nacional.

Apagó los dos o tres intentos importantes que generó el Guadalajara durante sus buenos, pero breves minutos de lucidez, que no habrán llegado a la media hora en el Clásico de ayer.

En el otro arco, una promesa. José Antonio Rodríguez jugaba su primer Clásico y pagaba con creces su derecho de piso. Por lo menos en dos de los cuatro goles que recibió pudo haber hecho más. Echando a perder se aprende.

José Luis Real volteó al marcador y vio con amargura las cifras que resultarían finales. Faltaba un largo rato para el silbatazo final y en este deporte no se puede tirar la toalla como así sucede en otros.

Otra de sus miradas habrá sido a la tribuna.

Cayendo el cuarto gol se desocupó la cuarta parte del estadio porque no cualquiera se queda a resistir una humillación, cuyo mejor futuro era no recibir más goles.

En conclusión, las cuatro bajas con que llegó al partido, los rostros juveniles en su banca y la grosera superioridad del adversario hicieron mirar al técnico de Chivas hacia su propio interior. Real sabe que juega con lo que tiene y con eso no se puede; no alcanza siquiera para perder como se debe: apretando los dientes, pegando algún grito, dando una patada.

Más molesta la resignación que la goleada.

Del otro lado, parecería que el América firmó un pacto interno ante el riesgo que corría Antonio Mohamed.

Comparando al América que jugó contra Veracruz la semana pasada y el que hizo tal cual las Chivas, podría asegurarse que se trata de otro plantel.

Las Águilas del Clásico fueron decididas al ataque, jugaron con un sólo contención natural, ganaron el mano a mano, tiraron de lejos y fueron intensas.

Individualmente varios de sus jugadores dejaron de ser un desastre. Quisieron jugar como ya lo habían olvidado y manejaron el partido crucial a su antojo. Hasta Sambueza, su chico rebelde, le ofreció sonrisas al árbitro.

Lo devastador que fue para Chivas el Clásico, fue reconfortante para el América. Le compone el futuro porque su presente lo vive desde el cuarto lugar. Nada mejor para enfrentar su Clásico del sábado contra Cruz Azul.

Pocas veces el Clásico da y quita tantas cosas. Las consecuencias del jugado ayer son de alto alcance.

 
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