Ayer inició en canchas europeas la fase de Octavos de Final de la Champions League, el torneo de más alto nivel en el mundo del futbol.
Si a la Fase de Grupos de ese torneo todavía pueden colarse algunos de mediana estatura futbolística, en esta siguiente instancia ya empiezan a producirse verdaderos enfrentamientos de poder a poder entre los mejores equipos del mundo.
Con las
exhibiciones de ayer del Barcelona en cancha del Manchester City, y del París Saint-Germain en cancha del Bayer Leverkusen, volvió a quedar plena constancia de la calidad que desde hace años le ha dado a esa competencia europea el más elevado estatus futbolístico.
Futbol de intenso ritmo de principio a fin, de pulcritud en el manejo individual y colectivo de la pelota, de jugadores plenamente dispuestos a defender y atacar en cada momento y en cada palmo de terreno, de esfuerzo permanente y mentalidad indeclinable.
Después de ver demostraciones como ésas y de pensar en lo que en términos generales hemos visto durante siete jornadas en el torneo de la Liga MX, la pregunta parece obligada: ¿Por qué tanta diferencia entre el futbol que acá se juega y el que despliegan tantos equipos europeos?
Además de los factores de raza, alimentación, educación, cultura deportiva, capacidad de técnicos y dirigentes, parte de la respuesta se encuentra en los distintos grados de profesionalismo entre los futbolistas de aquí y los de allá.
Mientras que en el futbol mexicano el director técnico parece contar entre sus tareas primordiales con la obligación de hacer rendir al máximo a cada jugador, en el futbol de otras latitudes es el propio futbolista, como debe serlo, quien se encarga de garantizar en cada partido cierta cuota de rendimiento, al margen del técnico que lo dirija.
Entre más alto grado de profesionalismo tiene un futbolista, menos necesita del director técnico para jugar como sabe hacerlo.
Para aspirar al nivel de juego de allá, primero es necesario que los jugadores de acá se acerquen a ese nivel de profesionalismo.
A ver cuándo.
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@rgomezjunco