Es indudable que en el futbol moderno el renglón físico es cada vez más importante.
Si los grandes futbolistas siempre han sido y seguirán siendo aquellos técnicamente mejor dotados, en los tiempos actuales esos grandes jugadores se ven obligados a cumplir con una cuota de rendimiento físico cada vez más exigente.
La marcada hegemonía que en los últimos tiempos ha establecido la
Selección de Estados Unidos sobre la de México, por ejemplo, debería propiciar un análisis a fondo encaminado a determinar sus causas primordiales.
Para entender una de ellas, tal vez sea necesario revisar primero un viejo "concepto" que podría plantearse más o menos así:
"Como a los adversarios no hay que cargarlos ni luchar contra ellos, en el futbol la estatura y la fortaleza son lo de menos".
En lugar de atacar las ancestrales carencias físico-atléticas del futbolista mexicano (y de los deportistas nacionales en general), en su momento surgieron y fueron arraigándose como verdad indiscutible falacias como la siguiente, fácilmente aceptadas:
"En el futbol no son mejores ni el más alto ni el más fuerte".
¿Ni el más rápido, ni el más potente, ni el más resistente?
Es cierto que el jugador debe ser primero futbolista y después atleta, pero se equivocan quienes piensan que no está en desventaja alguna, con respecto al europeo o al norteamericano bien alimentados y mejor entrenados, el mexicano que creció menos porque no comió lo suficiente, o al que le falta potencia porque no se preparó como debía.
Para que la capacidad futbolística sea la que incline la balanza, primero es necesario equilibrar las cosas en el renglón físico-atlético, en donde desde siempre algunos europeos y sudamericanos, y últimamente los estadounidenses, han sustentado su predominio.
Un predominio que algunas veces termina siendo, aunque no se le reconozca así, más físico que futbolístico.
Ya es tiempo de entenderlo para actuar en consecuencia.
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@rgomezjunco