El dilema de Marquito: futbol o fiesta

Héctor Huerta
en CANCHA


Si Benjamín Franklin hubiese planteado esta pregunta, no sabemos qué cara de asombro habría puesto el futbolista Marco Fabián: "¿Amas la vida? Pues si amas la vida no malgastes el tiempo, porque el tiempo es el bien del que está hecha la vida".

No es cliché: la vida deportiva de un futbolista es breve y finita. Y detrás de cualquier estrella hay decenas de aspirantes que quieren ocupar su

puesto.

Ya fuera de Chivas, Marco Fabián debería meditar en serio sobre su futuro. Alguna vez lo dijo su entrenador José Luis Real: "Es tiempo de que deje de ser 'Marquito' y se convierta en Marco".

Su inconsistencia en la cancha contrasta con su consistencia en la fiesta. Es el manjar de las redes sociales. Su nombre se asocia al reventón. Fotos con la copa y los amigos de ocasión, videos en lugares públicos, páginas en las revistas de espectáculos y hasta demandas de los vecinos han sido la constante de su vida. Inevitablemente ha sufrido también el poderoso peso de la exageración. Quizá sus escándalos sean pocos, pero han sido tan públicos que parecen incontables. Su talento con la pelota no se asocia con su talento para coexistir con su medio ambiente.

En algún rincón de su conciencia debe recordar que por él han preguntado equipos de la talla del Bayern Munich, Manchester City, Liverpool, París Saint Germain, Schalke 04, Wolfsburgo o el Benfica de Portugal.

Ante el sueño europeo apagado por ahora, Chivas llegó a un acuerdo para prestarlo al Cruz Azul, que tendrá la ocasión para adquirirlo en un año si paga la opción de compra por 8.5 millones de dólares. Marco sabe que en los próximos tres meses estará jugándose su última carta para ser convocado por Miguel Herrera al Mundial de Brasil 2014.

Fabián suele ir, como los genios, de lo sublime a lo grotesco. Puede tener un día de ensueño (como el del 3 de agosto de 2011), cuando en Miami, con 70 mil aficionados de testigos, anotó dos golazos al Barcelona de Pep Guardiola. Y puede también cometer irresponsabilidades como la de Quito, Ecuador (junio de 2011), cuando en compañía de siete compañeros fue expulsado por introducir sexoservidoras a la concentración del equipo. Fue expulsado de la Copa América, multado con 50 mil pesos y suspendido seis meses de la Selección.

A pesar de todo, su carrera no se hundió. Después de ese trago amargo, Fabián volvió a la Selección para ser goleador en el Torneo Esperanzas de Toulón y para ganar la medalla de oro en Londres 2012.

Pero en lugar de que estos eventos catapultaran su carrera a Europa, volvió a Chivas e incrementó sus apariciones fiesteras. Siguió malgastando su tiempo.

Hoy es tiempo de mirarse en el espejo de su realidad. Ha llegado la hora de que Marco Fabián le ponga rumbo a su futuro. Debe definir su propio dilema de vida: futbol o fiesta.

 
 
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