El sorteo de la Copa de Mundo avalará la tesis: cuando se conoce al rival, la mente nos lleva a la mejor versión histórica registrada.
Pensamos en la Croacia que exhibió a los alemanes en el 94 o en el Camerún del 90 que le abolló la corona a los argentinos. De Brasil, ni hablar. El mejor posible, tal vez cercano al de Pelé.
Idealizamos acercándonos al mejor
prototipo.
Para la Final que empieza hoy en León, hay algo más presente en esa idealización: son equipos que conocemos del día a día y no sólo por sus momentos estelares. Y de hecho, al llegar a la Final con la claridad con que lo hicieron ambos, el juicio previo se acerca a la realidad y no a viejas reminiscencias.
De tal suerte, ambos equipos se ven muy bien. Poseen virtudes contundentes. León es un ballet: tiene talento, cadencia, velocidad y gol. Llega además en excelente momento. Es tan intenso, que parece que en lugar de correr patina sobre hielo. Fabrica espacios y los llena. Muerde como fiera y lastima.
América es el campeón defensor, líder de la Tabla y dueño del campo en que se jugará la vuelta.
Según las circunstancias juega con un sólo contención natural o puede hacerlo con dos. Tiene potencia y desequilibrio. Es práctico y experimentado. No tiene que leer las instrucciones antes de salir a jugar una Final: está curtido de hace poco y sabe de qué se trata.
Puntos débiles también tienen los dos.
El portero del León tiene sus deficiencias en las salidas. El juego aéreo le hace daño a los esmeraldas. Moisés Muñoz del otro lado, tuvo su pequeño Waterloo en Toluca igual que el "Maza" Rodríguez, aliviado seguramente por el alta de Valenzuela dado que entonces no tendrá que solventar manos a mano frecuentes con el lado mas letal del adversario que es el izquierdo.
Las Águilas se equivocan de repente en las salidas. Cinco de los goles que admitió en el torneo regular fueron por perder balones que debió mantener. Y el final de los partidos le cuesta trabajo en lo físico: el ritmo del León le puede dañar.
Pequeños lunares en los dos equipos más fuertes del momento.
Pero además, los imponderables que no se pueden presupuestar.
Una expulsión tempranera como la de Molina en la Final contra Cruz Azul o una a Sambueza que coquetea con el peligro cada vez que puede.
Una lesión, una falla arbitral, un error infantil que hoy parecería indigno de una Final como esta.
En esta ciudad de León se acelera el ritmo del corazón, se experimenta esa sensación de cosquilleo y nervios al caminar por sus calles. Todo está pintado de verde.
No parecen los dos mejores equipos. Lo son. Ansiedad porque el balón empiece a rodar.
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