No es que pase inadvertido el futbol en Nueva Zelanda. Sólo es que su dimensión social es mucho menos importante que en México.
Lugar amable, con clase, limpieza y lleno de curiosas miradas que ven con sorpresa la presencia de tantos medios mexicanos -y los que faltan por llegar- ante un partido importante que echa a andar nuestra rutinaria parafernalia de los días así.
Transcurre
la vida en Wellington a diferente hora que la nuestra. Difícil es estar más lejos de casa, con tantos husos horarios amontonados durante un vuelo cercano a lo eterno.
Nueva Zelanda no soporta una Liga de futbol profesional. Pero tampoco le hace el feo al partido contra México: los boletos están agotados y a los pocos mexicanos que se animaron y pudieron llegar hasta Wellington los colocarán en una tribuna especial, a nivel de cancha, sin permitirles reunirse en la tribuna de visitantes como sucede normalmente.
Las críticas hacia Ricky Herbert son incesantes en los medios impresos. No se le da más futuro al frente del seleccionado local que dirige desde 2005 a menos que suceda un milagro. Se le termina el contrato y antes que ello, las ideas.
El seleccionado mexicano se ve bien, física y anímicamente. La logística del viaje, la estancia en la ciudad y el optimismo para el compromiso tras el 5-1 de la ida ponen las cosas a punto para el festejo durante la madrugada del miércoles en México.
Miguel Herrera hace bien sin embargo al detener las amarras. No da nada por hecho, la clasificación no está consumada y recuerda que el futbol es caprichoso y da giros impensables.
Pensará en repetir alineación, en no abaratar posiciones titulares ni circunstancias. Y muy internamente, sin abrir la puerta a nadie, en lo que sucederá después del miércoles.
¿Qué pasará en la estructura directiva de la Selección y de la propia federación mexicana?, ¿quiénes serán los convocados regulares de aquí en adelante?, ¿qué hacer para mantener el hambre competitiva que se había resignado y perdido?, ¿qué efectos tendrá en la Liguilla todo el trajín?
Todo queda aplazado hasta confirmar oficialmente el pase al Mundial.
Si se tuviese que describir la estancia del Tri en Wellington con una sola palabra, elegiríamos "sonrisa". Es lo que le volvió al rostro, es lo que se aprecia diferente. Se convierte en risa al terminar la práctica con tiros a gol con formato de pasatiempo y no de obligación.
A estos jugadores se les ve el gusto por jugar, por estar y alistar un partido que no es de trámite, sino de confirmación. México, dadas las condiciones, debería ganar de nuevo.
Y enterrar lo más lejos posible de casa todos los tormentos de un año en el que hay que olvidarlo casi todo.
fjgonzalez@elnorte.com