Fuego Nuevo

Félix Fernández
en CANCHA


Cada 52 años, nuestros antepasados celebraban el Fuego Nuevo de Tenochtitlán. No era más que un ritual que representaba el cierre de un ciclo, en el que podían terminar tanto la vida como el mundo. Para asegurar que no se diera esto, se prendía una gran hoguera en el Cerro de la Estrella (Iztapalapa, Ciudad de México) y el ritual era acompañado de cantos y danzas, ya que también significaba el

inicio de un nuevo ciclo de 52 años.

Esto de cumplir años no es lo mío... no, no, corrijo: esto de celebrar el cumpleaños no es lo mío. ¿La edad? Probablemente. ¿La fecha? Quizá. ¿La incomodidad o al menos la pena por ser felicitado? También. ¿El compromiso por recordar el cumpleaños de todo aquel que me felicita? En parte.

Lo cierto es que llega un punto en que uno prefiere no tener día de cumpleaños, y no por negarse a envejecer o a festejar, sino porque la ilusión que un día nos emocionaba por crecer, hoy es solo la emoción de ver crecer a los nuestros... la ansiedad por celebrar y ser celebrado pasó a ser el placer de festejar a alguien más en su momento y la cuenta regresiva para el onomástico, pasó a ser la resta del promedio de los años útiles que nos quedan por vivir.

Se cumple un año más y es tan valioso como terminar un mes, darle carpetazo a la semana con el resumen de la jornada futbolera o finalizar un día productivo más. Pero nadie celebra sus horas ni sus minutos, aunque deberíamos valorarlos tanto como cada año cumplido.

Cuando uno cumple 52 y requiere de un "Fuego Nuevo", la pregunta es inevitable: "¿Pérdida o ganancia? ¿La vida se va o sigue llegando?".

Ser el menor de 10 hermanos (con una brecha de 18 años respecto a la mayor) y con una madre mentalmente impecable de 94 años, representa una ventaja para darse una idea de lo que sigue (y más o menos cómo viene) dentro del cuerpo, la piel, el pelo y la cabeza.

De pronto un día, no sabemos exactamente cuando, la conciencia de muerte nació dentro de nosotros. Quizá al nacer los hijos, quizá al morir un pariente, quizá con una enfermedad propia o cercana, quizá con los achaques de la edad o quizá simplemente porque cruzamos la frontera de la madurez, pero aparece y no se irá nunca más... y el mejor regalo son los resultados positivos del chequeo general que desde hace no muchos años nos realizamos anualmente. Los Aztecas no estaban nada mal: a los 52 años es necesario renovarse, replantearse, reinventarse y fortalecerse.

Considero que no hay mejor forma de celebrarse que con un día perfectamente cotidiano que incluya el abrazo de la familia, el ejercicio a plenitud, el apetito intacto, la jornada laboral de trabajo y, sobre todo, transitar discretamente por esas 24 horas en las que nadie por la calle sabe que es nuestro cumpleaños, pero para uno es, paradójicamente, un día especial y diferente del año.

El último Fuego Nuevo que celebraron los Aztecas se llevó a cabo en 1507, ya que la llegada de los españoles impidió que se realizara en 1559. Dicen las crónicas que fue el más fastuoso e impactante que se prendió en el México Prehispánico, como si tuvieran el presentimiento de que necesitaban fortalecer su imperio y hacerlo inmortal.

Yo, personalmente, prefiero mantener la llama viva sin mayores intenciones de cumplir otro ciclo de 52 años pero, eso sí, con la intención de ser una mejor influencia cada día.

 
 
@FELIXATLANTE12