La percepción cambió.
Por lo menos la reacción del generoso público que acudió al Azteca fue esa.
Como siempre, acudió al guiño que le lanzó el Tri, necesitado de apoyo pese a los malos ratos que ha hecho pasar. No cabía nadie más en el inmueble pese a jugarse en horario hábil de día de trabajo, combinando el deseo de estar con un coctel de ingredientes como el ausentismo y el
desempleo.
El festín de cinco goles empachó el paladar. Rompió con una anemia casi crónica que en algún momento tuvo al seleccionado al borde de la muerte. De tanto gusto, hasta supo a mucho. Fue como darle un tinaco de agua al sediento.
Podrán hacerse conjeturas dado que somos tan expertos para ello. Después de salvado el problema cabe quien diga que el América sacó provecho de la situación, que a ese equipo hasta con el "Chepo" dirigiendo por teléfono se le hubiera ganado. Que Vucetich también habría salido triunfador.
Los sucesos vistos con la perspectiva de saber cómo concluyeron acomoda la manera de contarlos. Incluyendo, si, las debilidades de un rival que se imaginaba más capaz, más competitivo.
México no gana con el resultado la solución a sus problemas. Tampoco se ha hecho del boleto mundialista que sólo una tragedia impediría. No le regresa el crédito.
Lo que sí ganó la Selección fue la oportunidad de volver a mostrarse en un escenario mundialista; de dejar a un lado los efectos de la pesadilla en que se convirtió el 2013 para intentar de nueva cuenta algo importante en un Mundial que ya se le había escapado.
El Tri no tiene la baja calidad que había mostrado. Sus jugadores no son desechables. Ni siquiera los más odiados de los últimos tiempos. El futbol tiene sus momentos.
Cerca de conseguir el objetivo, seguramente Miguel Herrera será confirmado al frente del equipo, tal y como estaba pensado si lo lograba Vucetich. Y tendrá que pensar en una lista de convocados para empezar a deshojar una margarita que tiene otras dimensiones. La Copa del Mundo tiene otras características y demandas.
En las primeras horas del miércoles sabremos la conclusión de la Repesca. Difícil es pensar que ante el rival, aún en Wellington, pueda siquiera empatarse. De esta Eliminatoria aprendimos que no se debe subestimar a rivales del área que pensábamos inferiores. Que no se puede jugar con la camiseta. Que no hay que dar ventajas en favor de la taquilla y jugar a la hora en que deportivamente más convenga cada partido como local. Que no hay que pedirle el favor a jugadores sin hambre que prefieren no venir. Que las categorías menores piden oportunidades a gritos.
México ganó sólo la oportunidad y un poco de perdón. Suficiente para como estaban las cosas.
fjgonzalez@mural.com