Para cualquier futbolista cambiar de equipo siempre implica una oportunidad pero también un riesgo.
La oportunidad de crecer con el cambio, y el implícito riesgo de decaer con el mismo.
Porque se requiere de un proceso de adaptación -no siempre cubierto con tersura y en unos cuantos días- para todo cambio de equipo, de compañeros, de técnico, de entorno, de ciudad; ya no digamos de
país y de liga.
He ahí uno de los recurrentes errores al momento de realizar las contrataciones y reforzar los planteles: casi casi dar por hecho que el futbolista contratado jugará en su nuevo equipo al mismo nivel que en el anterior, o incluso mejor.
Si algunos jugadores mantienen su nivel de rendimiento o hasta son capaces de incrementarlo con los cambios, la mayoría termina sucumbiendo en ellos; y la historia de este juego ha demostrado hasta la saciedad que florecen a mayores alturas quienes más tiempo permanecen en un ambiente idóneo para su cabal desarrollo como futbolistas.
En muy diferentes épocas, con más de 40 años de distancia, están los ejemplos de Pelé y de Messi, ambos ubicados en esa selecta lista de los cinco jugadores incomparables en la historia del futbol.
Seguramente ninguno de los dos hubiera llegado tan alto si no hubiera permanecido en el mismo equipo durante tanto tiempo, Pelé con el Santos y Messi en el Barcelona.
Y algo similar sucedió con Alfredo Di Stéfano y Johan Cruyff, el primero durante 11 años en el Real Madrid, y el segundo durante 10 con el Ajax; y en distinta medida en el caso de Maradona, cinco años en el Argentinos Juniors y siete con el Nápoles.
Guardando las debidas proporciones y cada cual a su nivel, aplica para todos los jugadores lo sucedido con los cinco más grandes en la historia del futbol: en este juego rindes más en la medida en que más tiempo permaneces en el lugar propicio; y al cambiarlo corres un riesgo y le entras a una apuesta de la que muchos no salen airosos.
Porque no siempre se juega igual al jugar con otros.
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