Jornada para lamentar

Francisco Javier González
en CANCHA


Otra vez aparece la violencia en el futbol.

Como también aparece en la vida diaria. Tiene mil formas, cientos de caras diferentes y se aparece en todo momento vestida de cualquier cosa.

Las voces señalan al futbol, que celebraba un partido mientras un joven apuñalado a siete kilómetros del estadio se debatía entre la vida y la muerte.

Se acusa a la Liga y a los equipos por no

tener los cuidados suficientes. Igual que acusamos a todo mundo cuando sucede en una calle transitada, en un local comercial, en una población lejana a las luces de las grandes ciudades.

Vivimos dentro de la violencia que ahora se disfraza de futbol. Con la camiseta que sea y cerca del estadio del que se trate. Los motivos del fanatismo extremo son de lo más variado y de lo más inútil.

Simplemente, vivimos tiempos bajos en seguridad sin poder recurrir a alguien en especial. Las autoridades, la Liga, la Policía, son rebasados más allá de la jurisdicción que depende de cada uno de ellos. Salir a la calle nos coloca en un estado vulnerable y en la mayoría de las veces, también de indefensión.

Con un América-Chivas en puerta, sabemos que las alertas se encienden siempre al máximo. Y que se trata de mediar, acordonar, prevenir aunque no es ni de lejos la combinación más violenta que ofrezca el calendario de nuestra Liga. Hay otras mucho más ponzoñosas.

No sabemos a quién representan los rijosos rayados que se atrevieron a la más cobarde agresión de todas ante una persona caída o estuvieron cerca de arrollar en un auto sin control a aficionados tigres. Es un hecho que no son embajadores de su equipo, de ningún valor deportivo, de ninguna franquicia que lucha desde hace décadas por ser ejemplar.

Pero el agredido sí puede estar representando a muchos. Entre otros, al aficionado de buena fe que sí cree en su equipo, que sí va al estadio creyendo en el deporte y lo hace pensando que de regreso a casa contará a los suyos la nueva gesta de su oncena y no las puntadas que se llevó suturarle una herida.

Cuando suceden estos hechos, la jornada puede ser lo de menos. La vida sigue, claro. Pero no hay ánimo para profundizar en una Liga que mantiene arriba a sus favoritos, que tiene finales polémicos que le dan sabor. Que ve a un América rescatar un triunfo sobre la hora mientras a Chivas le arrebatan el que ya tenía también con el reloj casi en ceros.

O a un Cruz Azul que da cuenta de un Atlas increíblemente frágil que no alcanza a levantar la mirada de nadie.

Pasados por agua pero más por la tristeza y la impotencia, despedimos una jornada que recuerda lo que somos: un lugar en que hay más buenos que malos, pero que éstos de repente se salen con la suya...

Y no hay a quién pedirle cuentas.

 
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