Más vale un mal arreglo

José Pablo Coello
en CANCHA


La nueva campaña de la NFL está por comenzar. El próximo jueves, Filadelfia y Atlanta pondrán en marcha una nueva temporada y así habrá terminado una larga espera para ver a los 32 equipos de vuelta en el terreno de juego, disputando encuentros significativos. Estoy consciente de que lo más importante es lo que sucede semana a semana dentro del emparrillado, y en eso me estaré enfocando a partir

de mi próxima entrega. Sin embargo, no quisiera dejar pasar esta última oportunidad para referirme a asuntos extra-cancha, sobre todo, cuando se trata de un fenómeno que podría modificar radicalmente la correlación de fuerzas entre dueños y jugadores.

Históricamente, la relación entre los propietarios y el sindicato de jugadores ha funcionado lo suficientemente bien, como para hacer crecer a la NFL hasta convertirla en la liga profesional más productiva del mundo. Sin embargo, los jugadores han sido incapaces de conseguir algunos beneficios que, en otras ligas, hace mucho tiempo forman parte de la relación laboral. Los contratos garantizados siguen siendo el gran pendiente del sindicato. Y aunque se puedan esgrimir múltiples argumentos para evitar comparar a la NFL con la MLB o la NBA, este detalle le mete cada vez más ruido a la relación laboral.

Las cosas parecen estar cambiando. Hace meses, Kirk Cousins se convirtió en el primer jugador en la historia de la Liga en firmar un contrato 100 por ciento garantizado, por tres años y 84 millones de dólares. Aaron Donald, el Defensivo del Año en 2017, presionó a los Carneros hasta el final de la pretemporada para conseguir una extensión de contrato, que incluye 87 millones de dólares garantizados. Aaron Rodgers terminó negociando un nuevo convenio en el que, pase lo que pase, recibirá poco más de 98 millones de dólares. Casos similares, aunque con desenlaces distintos, son los de Khalil Mack y Le'Veon Bell. El estelar defensivo dejó a los Raiders cuando Oakland se negó a garantizarle los 90 millones que Chicago puso sobre la mesa, mientras que el corredor de los Acereros se mantiene alejado del equipo y sigue sin firmar su contrato para jugar lo que sería su última campaña en Pittsburgh.

Todd Gurley declaró hace meses que sólo una huelga convencería a los dueños de mejorar las condiciones laborales de los jugadores. A mí me parece que esa ruta no le conviene a nadie, y bien harían las partes en buscar formas para distender la relación. Y es que en su negativa para darle seguridad económica a sus empleados, los propietarios están abriendo la puerta a que algunos jugadores de élite tomen a sus equipos como rehenes, lo cual, en el largo plazo, puede terminar saliéndoles mucho más caro.

 
Twitter: @JosePabloCoello