Campeón solidario

Francisco Javier González
en CANCHA


Cuando termina una Copa del Mundo, lo primero que tratamos de encontrar es el legado que heredó.

Una novedad táctica como la de Holanda del 74, un estilo como el de España en Sudáfrica, un manual de cómo defender con perfección como el de Italia en el 82. Rusia 2018 fue espectacular.

Ofreció partidos emocionantes, goles inolvidables, atajadas de colección, partidos definidos en el

último minuto, revisiones arbitrales en video por primera vez en la historia y un equipo, Francia, que ganó porque lo mereció pese a que muchas veces no llenó el ojo del espectador. Su juego fue inteligente, contundente, de enorme sacrificio.

Su centro delantero, Giroud, podría pasar el casting de cualquier película en el papel de defensa. Y Griezmann actuaría como soldado pese a sus entorchados y goles importantes.

Tiene a un aspirante a rey, Mbappé. Pero que por ahora no pudo robarse la fiesta aunque si la animó de tal manera que a los 19 años, fue el Novato del Mundial. Dominó Europa y de manera contundente. Ya en semifinales los maestros del "jogo bonito" estaban en casa. Igual que los latinos favoritos: Messi, Cristiano, nuestro "Chucky". Imperó pues el futbol vertical muy por encima del de florituras. Mandó el solidario como el de los croatas y franceses, además llenos de técnica.

O como el de los belgas, veloces como nadie para desdoblar o el de los jóvenes ingleses que salieron de esa fea nube gris en la que habitaron desde su triunfo en 1966. Brasil jugó a lo suyo incluso el día en que perdió. No se le puede acusar de falta de vigencia porque sería de lo más injusto. Sólo que hay días en que las cosas no salen y el rival es mejor.

La lección del esplendoroso Mundial de Rusia fue que para triunfar, los futbolistas deben jugar en los mejores equipos el mundo. Que para subir de nivel, el trabajo no depende sólo de un entrenador, una buena racha o un golpe de suerte, sino del trabajo que empieza en las escuelas de futbol cuando niños, y se mantiene cuando de profesionales se van a enrolar a las mejores ligas posibles.

Francia gana porque tiene velocidad, inteligencia para el manejo de partidos, equilibrio y figuras que pueden decidir partidos en cualquier momento.

México tiene su nivel. Que la esperanza se confunda con el optimismo es natural y sucede cada cuatro años. Siempre se aspira a más y, por ello, duele quedar otra vez en el mismo sitio.

Se cierra la libreta de un gran Mundial, en un enorme país y con tareas que hacer para que en Qatar, dentro de cuatro años, vuelva cada pueblo a soñar que su representante, de donde sea, se alzará con el triunfo definitivo. Como lo han hecho los franceses, merecedores de ser futbolísticamente felices de aquí a entonces.