La tristeza de ser normal

Juan Villoro
en CANCHA


México le ha ganado a Brasil en Maracaná, en la final del Mundial Sub-17 de 2005 y en los Juegos Olímpicos de Londres en 2012. Sin embargo, en Copas del Mundo no le ha podido meter un gol.

Brasil es como el compañero de escuela que te regala un chocolate porque le dejaste copiar en el examen y luego te vapulea en el patio, donde en verdad se deciden los prestigios. En 1997, firmó un

contrato multimillonario con Nike. No podía estrenar los uniformes con la marca de la diosa griega de la fortuna perdiendo un partido. En consecuencia, buscó un buen cliente: nosotros. En aras de la amistad latinoamericana, sólo nos metió cuatro goles.

El partido der ayer pudo haber sido semejante. México salió al campo recompuesto después de la derrota contra Suecia, pero esa actitud no fue suficiente.

Quizá porque ciertos rituales recomiendan apoderarse de algo del enemigo, Salcedo, Layún y Hernández se pintaron el pelo de amarillo en imitación de las camisetas suecas que los habían vencido y de las que ahora tenían enfrente.

El detalle ya había sido puesto en práctica por el Tecatito Corona, pero pasó inadvertido porque el delantero ha sido un fantasma. Además, los símbolos no son lo suyo. Nació con apellido de cerveza pero debutó en un club patrocinado por la competencia y tuvo que aceptar el apodo que lo convirtió en mascota de Tecate. De esas miserias está hecha la trayectoria de un futbolista mexicano.

Si Corona se tiñó el pelo para hacerse el sueco, más propositivos, Layún, Hernández y Salcedo quisieron demostrar que tenían la canarinha en la cabeza. Pero no basta mentalizarse para superar al scratch du oro.

Rafa Márquez salió desde el principio. Fijó las líneas en defensa, trazó diagonales y dio consejos a sus compañeros. Un entrenador en el campo. Pero se iba a cansar. Una intensa reflexión geriátrica ha acompañado este Mundial: ¿Rafa debe entrar al principio para contagiar experiencia o al final, cuando los rivales ya están agotados? Osorio optó por lo primero, esperando que sus enseñanzas fueran un máster exprés.

Su salida se resintió y el protagonista nacional volvió a ser Ochoa. David de Gea es el portero mejor pagado del mundo. De los ocho tiros que recibió a puerta, seis fueron goles (sin contar la serie de penales contra Rusia, donde no pudo atajar ninguno). En cada partido Ochoa ha salvado los seis goles que De Gea recibió en el Mundial. Su mérito es indiscutible, pero habla de un equipo bajo la metralla. Brasil sólo pudo vencerlo con remates de área chica, en la cercanía de los cuchilleros.

Después de su primer gol, Brasil se pareció al protagonista de Macunaíma, novela de Mario de Andrade, que supera durmiendo la desgracia y enfrenta todo desafío con esta frase: "ay, qué pereza".

Neymar sí estaba activo, pero por malas razones. Es un virtuoso cuya jugada favorita consiste en lograr que le comentan una falta para exagerarla hasta el estertor. Ajeno a un mundo que se burla del ridículo con memes y gifs virales, se revuelca en el césped como si hubiera caído en un hormiguero de la Amazonia.

México aprovechó el periodo Macunaíma de Brasil para tomar la iniciativa, pero lejos de proponer jugadas verticales, parecía tratar de resolver un esforzado trámite en el Seguro Social. Después de veinte minutos de pases burocráticos, una descolgada de Neymar, firmada por Firminho, selló el 2-0.

Ante Alemania, México jugó por encima de sí mismo. Ante Suecia, por debajo de sus posibilidades. Ante Brasil fue lo que más temíamos: normal.