Mejor que la ilusión

Francisco Javier González
en CANCHA


Hay sueños que uno tiene desde niño.

Uno de ellos es ganarle a Alemania en un Mundial.

Y existen oportunidades que brinda la vida para estar presente cuando uno de esos deseos, a veces obsesivos, termina siendo cumplido.

Presenciar, vivir, vibrar una tarde como la de ayer no es para el gozo de un aficionado al futbol que desde niño tenía el trauma -como muchos- de perder

siempre contra los alemanes. Ofrece un motivo mayor, una experiencia más sublime, aún, que la del llamado juego del hombre y sus resultados.

Permite recordar, aunque lo olvidaremos pronto, que las cuentas se hacen hasta el final. Que cuando un proyecto está construyéndose, vale la pena aguardar hasta su culminación para hacer un juicio más justo.

El triunfo nos grita que esos siete goles que se tragó la Selección contra Chile fueron parte del aprendizaje. Que en los últimos amistosos sí se estaban guardando algunas armas. Que Osorio sí sabía lo que hacía y que los últimos acontecimientos vividos por el plantel en la cancha y fuera de ella, terminaron fortaleciendo una relación que, como todas, tiene sus altibajos.

Y, entonces, encontramos un plantel maduro que supo hacer las cosas, con cambios que parecían inexplicables -Vela y Lozano-, pero obedecían al estado físico de ambos. Y a un Vela como el de los mejores días. Un Chícharo que peleó todas las jugadas con los dientes apretados; a Ochoa que responde siempre en los grandes partidos y Herrera que sabe mucho con el balón y sin el.

El primer tiempo es de colección.

Por la concentración, la estabilidad emocional, la postura retadora para ir a buscar a los alemanes y generar desde el primer minuto jugadas en el marco de enfrente. Todo esto, acompañado por un coro espectacular que hizo de un estadio ruso, la réplica exacta de una tribuna mexicana en día de grandes ocasiones.

Pasada media hora, ya no nos conformábamos como espectadores con el empate. En la grada y en la cancha, el triunfo imposible se palpaba cercano y probable.

Había que aguantarlos, mantener la portería en cero y con algún otro contragolpe, terminar el tormento nervioso provocado por la incertidumbre de la siguiente jugada.

Y llegó el minuto 93.

El campeón del mundo, el rival abusador que siempre arruinó la fiesta, aparecía doblado y vencido. Como casi nunca ha sido visto por nadie.

México ganó porque lo mereció, porque lo buscó, porque fue valiente y porque sí. Lo logró con gran autoridad sobre el equipo mas autoritario.

Mejoró el más preciado de los sueños que parte en dos la historia.

El mensaje nos viene bien a todos.