Todos nos dimos cuenta de la diferencia de velocidad en piernas, manos y ojos. Floyd Mayweather es de otro planeta; el "Canelo", un buen peleador cuyo techo boxístico aun está arriba. Ambos hicieron lo que sabían y podían. ¿Pudo ser más agresiva la estrategia y postura de Saúl? Probablemente, pero el resultado en su cara pudo ser peor, y también probablemente, no redituarle nada más allá de que
nos hubiera quedado la sensación de que le pudo poner otro precio a su derrota. Ante las manifiestas diferencias en armas y recursos, Saúl fue honesto y enfático: no había por donde encontrar las debilidades de Floyd. Reconocer que le falta mucho que mejorar es el primer gran paso para aprender. "Canelo" tenía hace meses francotiradores apostados para hacer blanco y tratar de demostrar que es de tablaroca. No es, y difícilmente será del nivel de Floyd, pero no es un boxeador que sólo esté soportado por la publicidad y carisma. El propio Mayweather, y tiene de todo menos ser demagogo, reconoce en Saúl el futuro de manera pública. Al final, ganan las millonadas por lo que mueven. Y muchos, muy a la mexicana y masoquista usanza, pasaron de la desmedida esperanza por el triunfo del "Canelo", al "se los dije, es un bulto". Muy nuestro perder las proporciones en la victoria y en la derrota. Los niveles de audiencia fueron históricos: ahí estábamos todos, creyendo al principio y masacrando al final. Saúl ha quedo marcado el sábado para siempre, sólo él sabe cómo empezar a escribir, la segunda parte de su historia boxística. Lo único que no puede perder es la disciplina y confianza máximas con las que se prepara. Un poco de viento fresco en lo estratégico y táctico, tampoco le caería mal.
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