Cansado de buscar soluciones terrenales, me interné en el maravilloso mundo de la fe. No sé verdaderamente qué era lo que buscaba, pero me quedaba claro que lo que fuera a encontrar sería mejor de lo que ya tenía.
Mis oraciones al supremo no habían sido escuchadas por los conductos tradicionales, por lo cual me arriesgué a tomar otras veredas y meterme de lleno en el
"santerismo".
Arranqué primero con "San Chepín". Durante un tiempo, nuestra relación fue bondadosa, fructífera y hasta cierto punto amorosa, pero como en toda relación el amor empezó a llenarse de dudas y de incertidumbres.
Nuestro idilio se fue complicando por terceras personas, disfrazadas de buenas intenciones, pero con un objetivo claro: destruir cualquier relación afectiva y duradera.
Estas personas utilizaron varios cargos y varias caretas. Unos se vestían de director de selecciones y otros de promotores poderosos. Todos, por supuesto, sabían lo que hacían y se mimetizaban muy bien.
"San Chepín" perdió el interés por mí. Ni modo. Pero el problema no fue ése, perdió el deseo por lo que tanto amaba, su profesión, se perdió a sí mismo y perdió lo que mas disfruta en la vida: la alegría del balón.
Salió del castillo y se tuvo que refugiar en los monasterios exclusivos de los "santos" olvidados. No se preocupen, ya habrá una capilla que requiera un santo como él.
De pronto, me volví a quedar sin santo a cuál rezar y las cosas no mejoraban. Mis conocidos me empezaron a llamar ofreciendo a sus santos disponibles, elogiando sus virtudes, misterios, hazañas y proezas, y, por qué no decirlo, de alguno que otro milagrito realizado.
Me ofrecieron ser ferviente de "San Piojín", santo muy venerado en estos tiempos, sobre todo por su reconocida personalidad estrafalaria. Es un santo muy a todo dar, decían unos, un santo muy peculiar, afirmaban otros, pero es un santo poderoso, con liderazgo y una conexión con sus fieles más allá de lo divino.
Todo parecía correcto y por poco me sumo a esa nueva corriente espiritual. El problema fue que "San Piojín" tenía demasiada chamba con sus feligreses y su patrón le había encomendado tareas más importantes. Ni hablar, a seguir buscando. Los grandes dioses parecían tener muy pocos santos disponibles en este momento y, sobre todo, para causas tan efímeras e irrelevantes como la mía.
Pero como dice el refrán "a todo santo le llega su capillita", y al parecer, a mi causa llegó de prisa.
Este santo de quien les hablo trae colgados varios milagros en sus ropajes, sube a las almas del infierno y las lleva hasta el paraíso, ¡y dos veces!, no vayan a pensar que fue suerte. A otras, destinadas a los fuegos eternos, las libró de tan peligroso recorrido y las mantuvo cerca de la gloria.
Pero si creen que es poco, les diré que a varias almas las llevó a lo más alto de las nubes y las convirtió en inmortales, no una, ni dos, ni tres. Muchas, muchas veces.
Por eso a este santo se le conoce como "San Victorius", un santo muy, muy poderoso. Ya me queda poco por hacer en este valle de lágrimas, sólo esperar y rezar para que los de Panamá y Costa Rica, y por supuesto los de las islas del Sur, no se hayan encontrado un santo más poderoso que el mío.
@JUGADAVIRIL
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