De fiestas a fiestas

Francisco Javier González
en CANCHA


Una de ellas es la del Tri después de su despedida en el Azteca.

Fue privada, en lugar privado y con otro elemento de la misma índole: la del futbolista frente al espejo diciéndose que sucedió, que se exageró y que se debió evitar. Eso no es público.

No es que el asunto sea menor. Pero si es personal. Es íntimo y quien se equivocó pagará la cuenta con su familia, con su desempeño y

consigo mismo.

Alarmante sería que el jugador de selección estuviera pensando en cosas diferentes a las que debe. Que esto lo encone con los medios, lo intranquilice en sus personas y afecte su desempeño deportivo. Ahí sí tienen millones de seguidores a los que ofrecerles explicaciones.

El jugador de cualquier selección está entre los mejores de su país y por lo tanto tiene un aire de intocable que pocos se atreven a retar. A veces hasta sus entrenadores se miden para recordarles sus obligaciones por el temor de provocar un roce en momentos delicados.

El futbolista talentoso es un bien escaso. Eso lo hace valioso y admirado pero también eleva su ego. Se cree indispensable, se sabe con la sartén por el mango y flota sobre el piso.

Sucede en muchos lugares.

Hay otra fiesta relativa a la selección que es distinta y debe ser subrayada: la del México que ha clasificado a la Final del Torneo de Toulon y enfrentará por segunda vez a Inglaterra, cuyo trabajo con equipos menores de edad es notable en los últimos tiempos.

En diferente grado, pero ambos países tienen preferencia por el talento extranjero en sus ligas. Los ingleses contratan a lo mejor del mundo -o casi- sin importar cuanto dinero habrán de pagarle, ni a cuantos jóvenes tapan en su camino hacia el primer equipo.

La calidad del refuerzo que llega a México es diferente, pero también reduce el número de oportunidades a los talentos que, cuando se abren paso, resultan sumamente competitivos.

En el equipo de Toulon hay varios jugadores que tienen actividad constante en la Liga MX. Y no desentonan en un torneo que tiene gran prestigio y calidad.

Es un gusto verles jugar, abrirse camino y gritar desde la ciudad francesa que hay más como ellos, que merecen paciencia y un poco de menos obstáculos que saltar. No quieren que se les regale nada, sino que se les ponga un poco menos difícil.

Si con el tiempo tuviera México 40 buenos jugadores para parar una selección mundialista en lugar de sufrir para reunir a 23, ¿hubiera sucedido lo de la primera fiesta? ¿O la segunda -Toulon- haría menos seguros a los mundialistas?

La competencia es sana. Obliga, empuja, advierte.

Ojalá tuviéramos muchos más de los buenos.

Desde Francia, estos muchachos dicen que ahí vienen. Por lo menos están levantando la mano.

 
 
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