Juegas porque siempre te gustó jugar.
Debutas en Primera División, anotas tu primer gol, terminas un partido sabiendo que tu desempeño ha sido factor esencial para el triunfo del equipo.
Aunque tengas el compromiso de realizar determinadas tareas, sientes plena libertad estando "prisionero" en un rectángulo de 105 metros por 68.
Realizas con gusto los sacrificios necesarios
(en entrenamientos, viajes, concentraciones) para aspirar a imponerte en esa competencia semanal en pos de un puesto titular en el equipo.
Cobras muy bien por hacer lo que más te gusta, lo que además te ayuda a cumplir con lo de mente sana en cuerpo sano, lo que si no te hubieran pagado por hacerlo de cualquier forma hubieras hecho gratis, como una necesidad de probarte a ti mismo y demostrarles a los demás cuáles son tus aptitudes, tus alcances en la cancha.
Dispones de un horario accesible. Con dos horas y media o tres de entrenamiento, quedan cubiertas tus obligaciones de cada día.
Como privilegios añadidos, sabes que cuentas con la tentadora posibilidad de llegar a ser admirado, reconocido, e incluso hasta respetado. Y al jugar te toca viajar a innumerables lugares que de otra forma no hubieras conocido.
Además, el producto de tu trabajo, lo que haces bien o haces mal, recibe de inmediato la respuesta del público, de los televidentes, del propio técnico, de los compañeros o de los adversarios.
Las ovaciones y los abucheos, las críticas y alabanzas se producen un instante después de los aciertos o errores, y esa inmediatez de juicio y sentencia funciona como inmejorable estímulo, como idóneo acicate para seguir adelante con renovados ánimos.
En la medida de tus propias capacidades, y con la necesaria entrega de por medio, vas logrando cada vez mejores cosas y alcanzando más altos objetivos. Incluso puedes llegar a vestir y defender la camiseta de tu Selección, con toda la satisfacción y el prestigio que eso implica.
¿Qué más puedes pedir?
Twitter: @rgomezjunco