El Gordo Garisto
Cuando aterrizó en México en 1989 tenía tipo de todo menos de un reconocido ex futbolista de su país, mundialista en Alemania 74 por Uruguay y caudillo del Peñarol o del Independiente de Avellaneda.
Más bien lucía como un científico redondete, al que si le agregaban un sombrero de bombín, podría pasar perfectamente por ser el Pingüino, villano y enemigo del
hombre murciélago en los comics.
Luis Garisto Pan se dio a conocer en Guadalajara por dirigir al Atlas y eficientar la suma de puntos, en ocasiones por encima del espectáculo o del llamado juego ofensivo.
Los Zorros venían de una temporada para el olvido. Con más de 60 goles en contra en 38 jornadas, para ser la peor defensa de la Liga.
Garisto llegaba con la fama de dirigir a equipos que priorizaban el orden y el ataque en bloque, nunca abriendo líneas ni dejando espacios al enemigo.
"Los grandes equipos de la actualidad trabajan en bloque y forman un conjunto uniforme", declaró en 1989 al firmar en Colomos.
Junto a él arribó también un joven portero uruguayo, que decían tenía pasta para ser seleccionado nacional. Robert Dante Silboldi.
"La filosofía de este año será la de mantener la misma fisonomía como locales y como visitantes. Pretendo que el Atlas tenga un estilo perdurable. El sello que mostraremos debe ser de equilibrio y trabajo", explicó el técnico.
Garisto de inmediato le cambió la cara a los Zorros, con Siboldi como gran guardian y agigantado en la meta, de inmediato la zaga fue otra. Tomó personalidad, seguridad y confianza.
La coladera que fue en la 88-89 sufrió una metamorfosis tan radical que para la 89-90, impuso una marca en torneos largos. Apenas 29 goles admitidos en 38 jornadas.
Aún así, con varios empates en el calendario, las críticas a su estilo no se hacían esperar. Sin embargo acumuló varios triunfos de 1-0.
"Ni sos fenómeno en la victoria, ni tampoco espantoso en la derrota", decía tras un partido.
Garisto estuvo dos años con los Zorros y los convirtió en un equipo difícil, al que nadie deseaba medirse porque sería perder el tiempo ante una pared y correr peligro de recibir castigo de alguno de sus ofensivos.
Trajo también a Daniel Pirgüín y un año más tarde a Juan Carlos Vera, reforzando a los Rojinegros con los mexicanos Luis Flores y Javier "Chícharo" Hernández, que venían de ser mundialistas.
"No se trata de que Atlas sea un equipo de pura luz, pero tampoco un equipo sombrío", decía.
En la 90-91 dejó al equipo al no lograr meterlo a la Liguilla.
Garisto como futbolista fue un histórico no sólo en Uruguay, sino en Argentina, en donde se coronó dos veces Campeón de Copa Libertadores con el Rojo de Avellaneda, además de ganar la Copa Interamericana.
"De cachorro me tiraron adentro de una cancha y en la cancha me hice perro", explicó así su manera de jugar.
Amante del tango y de los asados, gustaba de disfrutar del buen comer acompañado de un vino de mesa.
El "Gordo" era un tipo sencillo, que se dejaba querer y que mostraba características de ser amigo, pero sobre todo humano con sus dirigidos.
Garisto también fue muy querido en Chile, en donde jugó y dirigió al Cobreloa.
Juan Luis "El Limancha" González, ex jugador andino dirigido por el charrúa en el 2003, recordó las charlas y la peculiar forma de ilustrar lo que pretendía del equipo.
"Lo vimos a él con una botella que la estaba llenando con muchas piedrecitas. Nosotros nos preguntábamos ¿para qué estará llenando esa botella con piedras?
"Entonces llegó a la mañana siguiente y nos dijo '¿ustedes saben para qué es esta botella con piedras?', nos mirábamos unos a otros sin saber para qué sería, entonces nos explica 'esto es lo que tenemos que hacer nosotros como equipo ante el Colo Colo, ustedes la mueven para acá y todas las piedras avanzan a un mismo lado, eso significa que si nosotros vamos a atacar, debemos hacerlo todos juntos para achicar la cancha y si vamos a defender, debemos bajar todos para defender'", recordó González.
La filosofía de Garisto siempre priorizó la unidad como equipo en la operación dentro del campo, no separar las líneas y fortalecer a su portero.
El ex portero Nelson Tapia, mundialista con La Roja, recordó otra vivencia que le dejó marcado en la época en que tuvo a Garisto como timonel.
"No habíamos comenzado bien. A veces íbamos al Río Loa a compartir en grupo. Lo pasábamos bien, en confianza. Un día el Profe agarró varias ramas sueltas que había en el piso, cerca suyo. Las tomó entre sus manos y empezó a mostrarlas una por una, con nuestros nombres.
"'Aquí sale Pérez: lo rompen. Aquí va Flaco Fuentes: lo rompen. Vargas: lo rompen. Tapia: lo rompen", ejemplificaba Garisto ante sus dirigidos, "pero ¿qué pasa si vamos todos juntos muchachos?', entonces Garisto recogía todas las ramas rotas y las juntaba con las demás, 'todos juntos no nos rompen' nos decía. Esas son cosas que a uno se le quedan por siempre, ese año terminamos siendo campeones con el Profe Garisto", relató Tapia, hoy ya en retiro y como técnico titulado.
Después de volver de México, el "Gordo" Garisto se fue a dirigir en Argentina a Estudiantes de la Plata.
Ahí tenía a José Luis Calderón en la plantilla y en una cena dentro de la concentración, el "Caldera" vio que su milanesa estaba cruda al pasarle los cubiertos.
"Estábamos en una mesa y Garisto estaba en otra en frente mío, entonces Adela la cocinera me trae la milanesa, en ese momento Estudiantes no estaba bien, pero cenábamos milanesa frita, cuando la corto, la veo un poquito cruda, entonces cuando la vi dije, 'Adela, ¿no me cambia por favor la milanesa que está cruda?, sí Calderita', me respondió ella.
"Volteo, y veo que Garisto me está viendo y me hace con la mano, 'venga para acá', voy y le digo, 'sí Luis, ¿qué pasó?', me dice así tranquilo, como él era, 'pégate una vuelta por el pasado, antes que no tenías para comer te la comías cruda, y ahora ¿la mandas cocinar más?'", le recordó Garisto a Calderón, ex jugador de los Zorros años más tarde.
"Le respondí, 'perdone Luis, tiene razón. 'Adela, tráeme la milanesa así, déjala como está', y me la comí así como estaba. Eso me quedó grabado por siempre de Don Luis".
El "Gordo" Garisto volvió a México en 1995 para dirigir al Toluca un año, para luego volver a su país.
Falleció a los 71 años el 21 de noviembre y aunque en su paso por el futbol ganó más títulos como jugador en cancha que desde un banquillo, como técnico obtuvo más amigos y buenos recuerdos entre los que pasaron por sus manos. Recuerdos que quedarán por siempre.
Descanse en paz.
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