Terminada la Copa Confederaciones, que cada quien saque las conclusiones pertinentes.
Un torneo ganado con todo merecimiento por una Selección de Alemania que ni siquiera necesitó llevar a sus mejores futbolistas para ganarlo.
A pesar de ser dominados ampliamente por los chilenos durante los primeros 25 minutos de la Final, los alemanes fueron pragmáticos, profundos y contundentes a
lo largo del torneo y supieron responder a la altura de las circunstancias en los momentos cruciales y en las zonas decisivas de la cancha.
Así gestó la escuadra alemana su inobjetable título, por el que hasta el final peleó también un conjunto chileno que confirmó su condición de potencia sudamericana pero no encontró en la última zona la claridad ni la contundencia necesarias para redondear su buen futbol.
Y en lo que respecta a la Selección Mexicana, este torneo también sirvió como confirmación de las dudas e incertidumbres, para muchos escondidas por los anteriores resultados, abrumadoramente favorables.
El problema de medir a este conjunto tricolor solamente por sus resultados sin detenerse a revisar el futbol con que se obtienen, es que sus grandes carencias han sido exhibidas a plenitud cada vez que enfrente ha tenido adversarios de primera línea, y no los de segunda o tercera con los que suele medirse.
Si no se corrige la forma de trabajar, de preparar a este máximo representante de nuestro balompié, dichas carencias seguirán siendo inexorablemente desnudadas en torneos de mayor importancia que las concakafkianas competencias.
Si el objetivo es seguir siendo el indiscutible amo de la frágil zona, con este futbol es suficiente.
Pero si se pretende verdaderamente competir con selecciones como la chilena, la alemana, la brasileña, la francesa, la italiana, la argentina o la española, entonces les urge enmendar el rumbo.
Todavía están a tiempo.
Twitter: @rgomezjunco