El último partido

Homero Fernández
en CANCHA


"Los hombres pasan y las instituciones quedan". O lo que es lo mismo: nadie es imprescindible en el equipo.

Lo había aprendido hace mucho tiempo pero ahora que la máxima republicana le tocaba en carne propia se le arrugaba el corazón. El contrato había terminado y no había renovación. Aceptó la lid y se dispuso a salir a la cancha y jugar su último partido con todo, como en el primer día.

Al fin y al cabo era un profesional.

Envidiaba más que nunca a Pelé, quien estuvo toda su vida vistiendo la playera alba del Santos. O a Messi, al que lo quieren también todo el tiempo vestido de blaugrana.

Era lo suficientemente autocrítico como para saber que no podía compararse con ellos. Eso sí, siempre había jugado con compromiso, calidad y creatividad, aunque en estos tiempos puede que eso no sea suficiente.

Muchas veces le dijeron que era un jugador distinto porque su mundo no se acababa en el futbol sino que le gustaba también atreverse con la política y los contextos del mundo de pelota.

Llevaba más de cuatro años jugando todos los sábados, sin faltar a ninguna cita. Más de 200 partidos que guardará en la memoria.

En ese lapso pasaron muchas cosas: la FIFA quedó desnuda mostrando sus miserables corruptelas; Brasil perdió por goleada y nunca llegó a la Final de su segundo Mundial; un club cenicienta se llevó la gloria de la Premier League y rompió el privilegio de los poderosos; los estadios se llenaron de violencia; un avionazo se llevó a la eternidad a todo un equipo; el Barcelona logró una remontada histórica en la Champions, pero no le sirvió más que para el recuerdo; cambiaron algunas reglas del futbol y el video arbitraje se hizo parte del juego.

El día de la despedida, mientras recorría el camino hacia el túnel, se dio la vuelta y miró el lugar que había sido su casa todo este largo tiempo. Besó la playera que tanto amaba y respetaba, se la quitó y la dobló con unción, cual si fuese un hábito sagrado. La guardó celosamente mientras vigilaba que no merodeara por allí algún "periodista", de esos que visitan vestidores con ganas de quedarse con los recuerdos.

Agradeció públicamente a los directivos que habían confiado en él, a sus entrenadores que le exigían dar lo mejor cada semana y también a sus colegas, solidarios en el terreno de juego.

Atinó a decir adiós con la mano. Adivinaba que en la tribuna muchos más lo iban a echar de menos. También eso sería recíproco.

Cuando salió del estadio todavía brillaba el sol.

Suspiró profundamente espantando fantasmas y se dio cuenta que la vida, al igual que el balón, seguiría rodando.

Como el futbolista, esta columna también jugó hoy su último partido en esta CANCHA, donde siempre apostó por entregar algo más que un gol.

Dos historias, muchas semejanzas.

¡Salud!

 
 
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