Condena brutal
Existe un ser vivo que puede adaptarse, convivir con seres humanos, domesticarse y ser integrante de una familia en un espacio cerrado, pero por las noches salir a gozar su libertad: el gato.
En esencia, es independiente, curioso, dormilón y de admirable destreza física.
Omar Ortiz Uribe (13 de marzo de 1976, en Monterrey), fue un "Gato" celebre, popular,
ágil, fuerte y resistente. Fue feliz, libre.
Desde enero de 2012, Ortiz es un habitante más de una celda en el penal de Cadereyta, Nuevo León.
El ex portero de Rayados tiene 5 años ahí encerrado. Es un "Gato" infeliz y solitario.
"El futbol, a parte de ser un negocio, es un deporte en el que cada quién ve por lo suyo, por sus propios intereses y no se preocupa por el de los demás", confesó en una entrevista en 2015.
Fue arrestado por asociación ilícita y secuestro, por presunta colaboración en una banda de secuestradores del Cártel del Golfo. Habría informado de unas 20 personas "secuestrables", incluido Armando Gómez, esposo de Gloria Trevi, y recibido pagos de hasta 200 mil pesos por señalar a dos víctimas.
Hoy, Ortiz no sólo vive sin saber cuánto más estará tras las rejas, sino en el miedo de perder la vida entre reclusos de alta peligrosidad.
"Así como no se ha comprobado mi inocencia, tampoco se ha comprobado que soy culpable", insistió.
Aunque la pena podría alcanzar hasta 20 años, todavía no recibe sentencia.
Hace unos días, Ortiz fue víctima de brutal violencia en el penal.
Se hicieron públicas en redes sociales imágenes de las heridas que le dejó una golpiza de, presuntamente, miembros de la Fuerza Civil, quienes en su afán de desactivar un motín en el penal, sometieron a unos reos escondidos en la capilla. Entre ellos estaba el "Gato".
"Omar tiene la nariz quebrada. Casi se le sale un ojo y está lleno de cortadas y golpes, además, le duele mucho la cabeza", relató un familiar.
Una de las imágenes muestra al antes imponente portero ahora indefenso en una silla de ruedas, con ropa naranja y sosteniendo una botella de suero en sus manos, en el Hospital Universitario.
Omar fue un futbolista de personalidad especial y, dos años antes de ser apresado, vivió una experiencia que marcó su carrera.
Después de pasar por el Celaya, el Necaxa, los Jaguares y el Atlante, el Monterrey lo inhabilitó por arrojar positivo en dos controles antidopaje. Lo suspendieron dos años y rescindieron su contrato.
El jugador confesó haberse dopado con un suplemento para aumentar la masa muscular.
"Era un suplemento que tomaba después de hacer gimnasio, estaba prohibido y, la verdad, no me importó en el momento, de hecho, me tocaron como cinco veces el examen de doping aquí en México y nunca me salió nada", dijo.
"Me confié y seguí consumiéndolo, pero al momento de ir a jugar la Copa Libertadores, a Colombia, me toca otra vez el doping y ahí fue donde salí positivo por Oximetalona. Ahí sí hacen el examen".
Aunque amable, algunos de sus compañeros le consideraban introvertido, reaccionario contra quienes lo insultaban desde la tribuna y amantes de los lujos, la ropa de marca y la buena vida.
"El futbol me dejó propiedades, la oportunidad de conocer otros lugares, otros países, otros estadios, lujos, paisajes antes nunca vistos, placeres para mí y para mi familia.
"Hoy de eso queda muy poco, mis seis hijos me visitan de vez en cuando y son quienes me dan la fuerza para creer que esto no está terminado, que podría en el futuro volver a abrazarlos fuera de este lugar", comentó.
Pocos saben si esa esperanza se fue diluyendo con los meses.
Hoy es un Gato sin suerte.
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