Lance Armstrong forjó un sistema perfecto para sacarle la vuelta a dar positivo por dopaje.
En el 2005, los controles sorpresivos entraron en vigor y con ello el temor de los ciclistas de ser "atacados" por los famosos "vampiros", es decir, los responsables de aplicar los exámenes.
Esa temporada fue la última del reinado de Armstrong en el Tour de Francia.
"A partir de este test los corredores tuvieron dos opciones: dejar la EPO entre tres y siete días antes de una carrera para estar limpios o pasar a la transfusión, que era para los más pudientes", explicó Michel Audran, biofísico de la Universidad de Farmacia de Montpellier.
Las autotransfusiones, aún indetectables, siguieron reinando en un pelotón que, para mantener el negativo en las pruebas, sustituyó las tomas masivas por microdosis de EPO o parches de testosterona.
Al llevar un calendario muy reducido, Armstrong dispuso de tiempo para organizar sus transfusiones en las semanas precedentes al Tour de Francia.
Los corredores se retiraban la sangre, que se conservaba durante siete semanas si disponían de un congelador especial, cuyo costo era de 50 mil euros, y en la carrera se sometían a una transfusión con glóbulos rojos exentos de restos dopantes, a menudo durante días de reposo, y eso era suficiente para no salir positivo, según Audran. |